El Plan Cerdà fue un plan de reforma y ensanche de la ciudad de Barcelona de 1860 que seguía criterios del plan hipodámico, (plan que diseña las calles en forma de cuadrículas, creando “manzanas” -cuadras- a modo de cuadrilátero) con una estructura en cuadrícula, abierta e igualitaria. Fue creado por el ingeniero Cerdà y su aprobación fue seguida de una fuerte polémica por haber sido impuesto desde el gobierno del Reino de España en contra del plan de Antonio Rovira y Trías que había ganado un concurso del Ayuntamiento de Barcelona.
El ensanche contemplado en el plan se desplegaba sobre una inmensa superficie que estaba libre de construcciones al ser considerada zona militar estratégica. Proponía una cuadrícula contínua de manzanas de 113,3 metros desde el río Besós hasta la montaña de Montjuïc, con calles de 20, 30 y 60 metros con una altura máxima de construcción de 16 metros. La novedad en la aplicación del plan hipodámico consistía en que las manzanas tenían chaflanes de 45º para permitir una mejor visibilidad.
El desarrollo del plan duró casi un siglo. A lo largo de todo este tiempo, el plan se fue transformando y muchas de sus directrices no se aplicaron. Los intereses de los propietarios del suelo y la especulación desvirtuaron finalmente el plan Cerdà, que había propuesto que la zona interior estuviera ocupada por una zona de servicios y fuera ajardinada.
A lo largo del siglo XVIII y la primera parte del XIX la situación sanitaria y social de la población de Barcelona se había ido haciendo asfixiante. La muralla medieval que había permitido a la ciudad resistir siete asedios entre 1641 y 1714 representaba ahora un freno a la expansión urbana. Los 6 km de muralla rodeaban una superficie un poco por encima de los 2 millones de m², si bien el 40% del espacio estaba ocupado por 7 cuarteles, 11 hospitales, 40 conventos y 27 iglesias.
Las condiciones de salubridad empeoraban fruto de la densidad y de la falta de infraestructuras sanitarias como redes de alcantarillado o agua corriente. Los entierros en cementerios delante de las iglesias eran focos de infecciones, de contaminación de aguas subterráneas y de epidemias.
En estas circunstancias, la media de vida se situaba en 36 años para los ricos y de 23 para los pobres y jornaleros. Barcelona, de la misma manera que Cataluña, había sido castigada por la peste en los siglos XV y XVI, y sufrió diversas epidemias a lo largo del siglo XIX.
La consideración militar de plaza fuerte que tenía Barcelona con la Ciudadela a su lado condicionaba la vida urbana. No solo se ignoraban los problemas de la ciudadanía intramuros, sino que los tímidos movimientos para expandirse extramuros fueron reprimidos con el derribo de las construcciones porque "impedían la defensa de la ciudad" como ocurrió en 1813, ya que se consideraba área “non aedificanda” la comprendida hasta la distancia de un tiro de cañón, que correspondía aproximadamente a los "jardinets de Gràcia".
La necesidad de un ensanche
La necesidad de crecer fuera de las murallas era obvia, pero además hay que tener presente el efecto especulativo que suponía la urbanización de 1.100 hectáreas de terreno. Con el concurso abierto por el Ayuntamiento en diciembre de 1840 y ganado por el proyecto "Abajo las Murallas" de Monlau, se abre el periodo de transformación de la ciudad.
En 1855, el Ministerio encargó a Cerdà, persona muy sensibilizada con las corrientes higienistas, el levantamiento del plano topográfico del Llano de Barcelona, que era la extensa zona que había sin urbanizar por razones militares.
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Miquel Rubio.
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