EL METEORITO, EL MACHADO Y EL FAROL.
La supercomputadora de la NASA eligió los tripulantes del transbordador que debía interceptar el mega meteorito que se dirigía a la Tierra: dos astronautas estadounidenses, dos rusos, un experto en balística alemán, un científico nuclear pakistaní, una astrofísica japonesa y, para asombro de todos, un desconocido borrachín tilcareño habitué de cierta esquina (que no vamos a nombrar por razones más que obvias) donde se reunía con colegas que compartían su afición por el vino. Una, dos, tres veces la computadora fue reseteada, revisada y reprogramada, pero siempre insistía en un nombre: Deolindo Ramos – Tilcara – Jujuy – Argentina. Cuando al susodicho le informaron de su trascendental misión, simplemente se limitó a contestar: “Debe ser ese puntito blanco que se ve cada día más grande, allá debajo de la Cruz del Sur… necesito un farol a kerosene y cuatro ‘tetras’ de Toro Blanco por día”. Al momento de abordar el transbordador, nuestro hombre estaba profundamente dormido, motivo por el cual tuvieron que llevarlo a su lugar entre dos asistentes, que lo ubicaron, lo amarraron con los correspondientes cinturones, le colocaron la escafandra, pero no pudieron sacarle el farol que acunaba en sus brazos. Haciendo breve el relato y obviando lo intrascendente: la nave se ubicó en la posición que indicaba la computadora, el alemán reconfirmó la trayectoria, el pakistaní activó las cargas nucleares, la japonesa identificó el lugar de impacto, los misiles fueros disparados, impactaron con el asteroide, explotaron… y el maldito pedazo de roca intergaláctica siguió inmutable su camino hacia nuestro pobre y maltratado planeta. El estupor invadió el transbordador: cinco idiomas se mezclaban en una Babel cósmica. Deolindo gritó: “¡Basta, carajo! Ustedes se ahogan en un vaso de agua: alguno que me prenda el farol, que a mí no me dan las manos…” Con el farol encendido y pegando unos buenos tragos al Toro Blanco, se ubicó en la escotilla frontal y moviendo la mano que llevaba el artefacto lumínico hacia la derecha, dijo muy, pero muy despacito: “Vos, desgraciado, ándate pa ‘ya... pa ‘ya… pa ‘ya” El meteorito, que había sido inmune a los misiles, cambió de trayectoria y se perdió en el Cosmos. “Nada ni nadie se resiste a las señales de un farol a kerosene… Alguno que lo apague, que si yo lo soplo volamos todos a la de su mama…” Siete fueron los tripulantes que, victoriosos, posaron frente a las cámaras, porque Deolindo seguía durmiendo la macha en el transbordador. Para beneficio de la Ciencia y la Tecnología, se dijo que los misiles habían actuado con retraso, por lo que nuestro héroe quedó totalmente ignorado. Muchos pasan hoy por esa esquina donde se juntan los machaditos del pueblo y se ríen de ese que, vomitado y meado encima, se aferra obsesivamente a un farol a kerosene diciendo: “Con este yo salvé al mundo… con este yo salvé al mundo… con este…”. Si usted, que ahora conoce esta historia, llega por casualidad a esa esquina y reconoce a Deolindo, puede regalarle un tetra de Toro Blanco, que es el mejor homenaje que le puede hacer.
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