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EL DESCENDIENTE DE ORDOÑEZ.
- ¡Soy descendiente del coronel Ordoñez y vine a hacerme cargo de la finca de mi antepasado: ando buscando gente para trabajar…!
No me gustó que haya entrado sin saludar, ni tampoco que hablara a los gritos. Mucho menos me gustó que usara un tono altanero, como si fuéramos basura o bestias del campo.
Quizás, si hubiera tenido un par de vinos menos encima, me hubiera callado la boca… pero los tenía:
- Yo que usté no nombraría tanto al coronel, que no es muy querido por estos lados.
- ¡El coronel fue un patriota!
- Acá mató bastante gente para quedarse con sus tierras o vendérselas a sus amigos gringos…
- ¡¡Qué sabe usted de patriotismo, negro ignorante!!
Mi cumpita Salazar me agarró fuerte la pierna por debajo de la mesa, porque yo estaba por levantarme, pero el forastero ya miraba para otro lado, ignorándome como si yo fuese un pedazo de mierda tirado al costado del camino:
- ¡¿Y, alguno quiere trabajar o piensan vivir de la limosna que les da el cura?!
- Yo ya tengo trabajo, si no encantado – dijo El Chino Sajama, que no sólo no tenía trabajo, sino que hasta teníamos que pagarle los vinos para que pudiera chupar.
- Yo también tengo trabajo, señor.
- Yo también.
- Yo también…
Se fue como había venido: sin saludar y creyéndose dueño del mundo.
Consiguió gente de otros pagos para trabajar, pero vimos que teníamos razón al negarnos cuando nos enteramos que los trataba mal, los tenía cagados de hambre y les pagaba cuando se le antojaba. Muchos se iban aunque perdieran su plata, pero siempre había algún desesperado que se enganchaba.
Cuando me acerqué, estaba a las puteadas y pateando la goma desinflada de la camioneta.
- A ver, vos –me dijo cuando me vio- cámbiame esa goma, que tengo una reunión con el intendente y no quiero llegar sucio.
Me acerqué despacio, mirando la goma y apoyándome en la camioneta mientras llevaba la mano al talero.
- No sé si se acuerda, pero me trató de “negro ignorante”: ¿por qué no me lo dice ahora, que estamos solos?
Se le agrandaron los ojos y trató de llevar la mano al revolver que tenía en la cintura, pero de un talerazo le rompí la muñeca; el otro se lo di en la jeta y con el último le rompí la otra mano. Después fue fácil: a empujones lo lleve monte adentro e hice lo que hice.
Llegué al bar del Ramón ya de noche: era todo susurros y miradas bajas. Me acerqué a la mesa de mi cumpita, que, como siempre, se sentaba al lado de la ventana para ver pasar las chinitas.
- ¿Se enteró de lo que pasó, cumpa? – me dijo apenas me senté.
- No. ¿Qué a pasau?
- Esta mañana lo mataron al descendiente de Ordoñez.
- ¡No me diga!
- Sí. Parece que fue a propósito la cosa, porque llenaron de clavos el camino y lo agarraron cuando bajó a cambiar la goma… Dice el cabo que lo hicieron sufrir bastante, mucho lo maltrataron –miró hacia todos lados y se acercó para háblame bajito-, si hasta le metieron el caño del revolver “allá donde no da el sol”.
- ¿Y nadie vió nada?
- ¡Quién va a ver en ese camino apartado de la mano de Dios! Además, usté sabe que ese puta no era muy querido: si alguien vio algo, seguramente no lo va a decir…
Como si no supiera nada del asunto, me levanté para buscar un vino y festejar la muerte del difunto.
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